Thursday, May 03, 2007

Los tragavómitosII


Todos somos cómplices, cómplices repito, entre las voces pasadas.

Alimentar con sobras, vómito y excremento, contrayendo el rostro con mueca de pena caritativa, intentando que el salvaje desempleado no desacomode la vereda ni la limpieza barrial. En las mentes enquistadas debe caber, mantener el orden y no molestar a los chiruzos que pretenden engrosar las paredes burbujas, y que hagan la suya, no me toquen el ombligo que me salen hemorroides…

Ya no hay veredas ordenadas, sin hojas, sin gusanos o lechugas o caballos o residuos. Ya no hay seguridad. La caridad fingida es un cachetazo con manos sudadas y frías. La aceptación del supuesto desvalido, el montón de huesos descalificado, que trabaja pero es croto, y sólo se siente por él pena o rabia asesina mientras que del otro lado marginal sólo hay resistencia pasiva o pasivos sin resistencia.

Jugar a las damas de caridad siendo pelagatos y sin cartas para jugar a la canasta, quién puede creerles.

Es común verte revolver y comer mis deshechos, todos mis desprecios, y no deja de molestarme, es una mala suerte de vergüenza ajena, y tantas sensaciones de las más bajas y humillantes, pero ajenas, y sin embargo arden, pican y entristecen. Es tu trabajo de reventado al costado de la ruta, y no te dejás morir, seguís dando vueltas a las banquinas empedradas todas las noches, seguís comiendo lo que vomito del consumo. Tantos morirán atragantados de podredumbres que no les pertenecen, taponados de olvido y asco, en la indiferencia de la misma vereda, donde ocurre todo, la pasarela de baldosas rotas, el seudo rico medio y el come roña se codean alrededor del mismo arbolito de la puerta del edificio, uno pasea al perro chihuahua con collar de diamantes falsos y el otro come queso rancio de ayer, cucarachas de mañana y anestesia de tarde.

La gente que está en la calle parece poseer las veredas, sin embargo las masitas circundantes que creen sostener el sistema siguen su caminito a casa derechito sin patinarse con lo usado desperdiciado. Mientras tanto, se preguntan tal vez sin saberlo, cuándo estallará tanta quietud obediente de los que revuelven lo que los que pasan por al lado no quieren. Y los espera la nada, pero se aferran a las bolsas de residuos en un intento absurdo por no perder la dignidad del trabajo.

Por qué no te revelás, por qué no me golpeás la culpa que arrastro hasta golpearme a mí también.

Y que haya ilusión de un simil de justicia al menos, si ese es el tope mediocre más elevado.

Existe el deseo de que desaparezcan para lavar culpas de falsa modestia, que extrañamente son consecuencia de algún vínculo de empatía, por pertenecer a la misma historia desde orillas encontradas. Su insurrección terminaría con la culpa fingida de la clase media que no encuentra méritos para no estar en donde están ellos, que en poco tiempo no tendrán columna y andarán como bichos sin vértebras secándose en el asfalto.

¿Habrá que hacerlo por ellos? ¿De qué serviría tal limosna?


Nadie movería un pelo por un extranjero que invade la quinta. El cáncer revienta por sí mismo, los tacos lustrados pisotean deshechos que hacen a la otra parte, los sacan a sus puertas y acomodan para regalo con patética condescendencia. Son las sobras que constituyen el supermercado revuelto para acumular lo que chorrea el consumo. Y salen los que hasta ayer estaban adentro, tal vez sin entender, sospechando algún cambio, acurrucados con una esperanza en secreto, o acostumbrados y silenciados para siempre.