Tuesday, December 23, 2008






Juana.

Tal vez la veas desesperada por la vida, hipnotizada por la histeria de la miseria, atomizada en un embudo de maleza. Qué me importan las zetas.
Lo cierto es que la secuela de la vida la lleva entre sus propios deseos de impaciencia, ya no mira tanto como antes a los costados, ni sus costados ni sus piernas de resorte, ya no mira pero ve que quiere seguir estando en un cómplice y no perpetuo estancamiento de suerte.
¿A dónde la lleva la suerte esta vez? Poner sus pies juntos para saltar en vez de arrastrar sería correcto.
Incierto pero adorablemente concreto.
Y una soga enredaría su cuello, ya no podría pensar que está equivocada.
La vida la vive, sus planes la alcanzan, y sólo ella aún se nombra.
Morada en el rincón, y toda su voluntad ya no espera.
Sentada en el centro quiere nada más que la corteza de la acción.
Si no esperara ya nada de nadie, entonces se sentiría más sola todavía, pero sabe que puede, igualmente, salir y entrar, sin ningún percance.
Ella es sin dudas, una amonestación de su paciencia.
Son las botas, las que onomatopeyan sus pies, pero la suela no se rompe.
Es muy pronto para la desesperanza, sin embargo ella sólo se muestra de ese modo, buscando con unas manos tan ávidas que es difícil no encontrarlas agrietadas de heridas abiertas, de cicatrices nuevas, de cayos añejos.
Juana, ya no busques más, ya no pienses en la risa, en las mañanas sin sol, ni en las noches con lluvia, ya no pienses Juana, lo tuyo es la diversión. Andá y gastate el sueldo, revolcate en la ilusión de la alegría y por favor, no me cambies el discurso, dejame terminar.
Acá lo que importa es que no te borres lo que pensabas cuando jugabas a ser astronauta, y que en otro plano, en otra dimensión, inventes reglas nuevas, llenas de permisos.
Nadie te espera, podés aparecer y siempre serás una sorpresa.
Apesta y huele previsiblemente rico, ¿y qué te importa que mañana sea un día de nadie?
Huidas de cobayo a media noche, hablás de problemas de misericordia industrial y realmente hay un azulejo partido que falta en el zócalo.
Juanita camina una hora diaria, se le da por pensar en las cosas que aún no hizo, y por sobre aventurar las pistas que le va dando la vida de que las cosas van a estar todas, en general mejor, si nadie atropella el presente.
Algunas alegrías le parecen difíciles de ocultar, por eso mejor renacer en ese pedo atómico que es la realidad, mejor quedar inconciente el primero de enero, y cantar la marcha de la victoria infame.
Juana teme que sea todo mentira, teme ser, y no ser, y teme de pura ignorancia, teme por anticipado, por si acaso.
Que la vida no tiene un plan de créditos y que una segunda vez no habrá ahora sino en la próxima en donde será necesario recomenzarlo todo.
Así y todo tiene sus días, en los que le importa muy poco cómo se presenten los resultados.
Casi siempre es más rico lo del medio.
Eso y caerse a la mierda, siempre es más rico que quedarse quieto, que quedarse en “quiero”.

Tuesday, December 16, 2008

Friday, December 12, 2008

Thursday, December 11, 2008



La misma melodía, en una voz que se desliza naturalmente, y alcanza la paz del desconcierto, ambigua pregunta por la esperanza de algo mejor, diferente. Drink a Drake, espera un guiño, y palpar la cercanía de otro, que está siempre a su lado.
En esta esperanza flotante de primavera no hay rasgos de ineptitud, no hay veranos hostigados por el calor infernal. Hay sólo amor, y compasión, y más esperanza.
Continua inspiración, el respaldo es cómodo, y la rodilla aún no adormece el muslo.
El tiempo.
Se pierde, ya mismo, en la velocidad de los acontecimientos sin importancia, seguidos de otros, poéticos sin nada nuevo que agregar, sin embargo ateridos. Cada canción, amanecer, otra melodía.
Es el ritmo subyacente lo que hipnotiza, y no deja de vibrar en sincronía absoluta con las curvas del túnel subterráneo, los movimientos imperceptibles del sol entre las nubes.
Edificios, hay que dejarlos crecer. Domingo, desaparecen las sombras.
Drake, es el ejemplo lagrimeante de quien no cree en sí mismo, pero cree en todos los demás. No espera para comprobar lo que cree, se trata de elevarlos, de sonreír en el canto, de creer en lo posible, fuera de uno, esperar la envoltura exterior.
Esperar.
Esperar siempre afuera, adolescentemente, vaciado de uno. Y sinembargo, siempre en uno, sincrónico
Tal vez, tal vez… crece la posibilidad, crece el deseo, pero nada pasa realmente.
Drake no se volvió lo suficientemente loco como para creerse su sueño romántico, así es que permaneció realista, a la sombra del fruit tree.
El deseo de tomar las riendas, el hecho de ser conciente del poder de la voluntad, de ser, o no ser, lo que se quiera, está extrañamente acompasado de las voces humanas, de las consecuencias, de la perseverancia, del agotamiento, de la continua y necesaria esperanza utópica de ser.
El asunto; básicamente, ¿es que existe en quienes tenemos este impulso a abismarnos, el abismo realmente?
¿Existe la tendencia, a ser feliz, infeliz, homosexual o cantante?
¿O es que uno mismo las ejercita, como meros hábitos, hasta que un buen día florecen?
Melancolía, algo muerto, algo perdido, siempre imperceptible.
¿Qué es entonces? ¿Qué es? ¿Un poco “Y” un poco?

Uno mismo, la nostalgia es por uno mismo, perdido, siempre dentro de un mecanismo imbatible.
No hay forma de escapar de uno mismo.
Así es que, si un tema de Drake te pone triste, lindo lector, es porque te está hablando.
De lo contrario te chuparía una reverenda goma lo que tuviera para decirte.
Drake CAVA inmediatamente un hoyo, te rasca en donde te pica, y luego resulta adictivo.
Drake posee la tentación de cambiar de planes, la libertad de la renuncia, el salto hacia lo desconocido, el volantazo latente en los pulgares, cual Fangio de la vida.
Y te posee, vitalmente, lejos.
Todo es posible, todo es merecible, todo resulta con él, final y navideño, entona las melodías perfectas de una muerte para una vida llena de dones y luces.
La música de Drake es para su propio funeral, y es que nada espera más que la victoria vocacional.
La radicalización de la experiencia logra los mejores resultados.
Drake parece ser un embudo que tiene el poder imperceptible de arrastrar a la miseria existencial a cualquiera que se le acerque y logre empatizar con su desgraciado anhelo perpetuado.
Tengo la sensación de que su imán no está maldito, sino que es una cuestión legítima, mediante la cual resulta aterradora la posibilidad del freno, la nulidad de la vitalidad.
Precisamente porque Drake estalla en su deseo de vivir, el pavor y el espanto que subyace a la nada.