Saturday, June 20, 2009



Mi post más cursi y sincero:

Inspirador savior: Sinceridad sanguinaria.





La celebridad (viva hasta hoy 17 de junio) en mi vida ha sido sin dudas Fernando Peña.

Y en mi cursi corazón, viva en mí por siempre.

Por una cuestión generacional tal vez, me tocó. Junto a Ella Fitzgerald, y a otras, más lejanas y tan cercanas al mismo tiempo.

Desde 1998 Fernando Peña fue cambiando mi vida de a poquito. Al comienzo fue la sensibilidad por los travestis y las plumas, luego la atracción por todo eso, el mundo gay, el mundo freak, el mundo que yo no conocía. Para mí todo eso era Nueva York en los 80’. Yo vivía ahí, cada vez que me iba a dormir recorría esa ciudad. Fernando se transformó en el nombre del país de la libertad.

Mi primer amor se llamó Fernando, era casi algo necesario. Me bastaron dos datos para saber que podía realizar parte de mis sueños amorosos: uno que se llamara Fernando y otro que estudiara teatro. Para mí ya era algo consumado, no tenía dudas. Y así fue. A veces de tan simple la realidad puede resultar irritante, sin embargo para mi era algo meant to be.

Peña se transformó en gran parte de mis fantasías grandilocuentes en cuanto a lo creativo, en la pulsión de la juventud, en la posibilidad de vivir como no había soñado hasta entonces, con plenitud.

Comencé a desear con ansias el amor carnal, el amor a colores, las luces, los tesoros de la vida, la magia. Desperté de repente, sabiendo que estaba viva, y que la vida estaba para mí en los umbrales de la exploración.

Comencé a desear sin culpa, ampliamente, ser parte de mis fantasías, volverlas realidad, sin miedo, sin melancolía.

Deseaba estar lista para algún tipo de brinco total. Peña me enseñó a sentir de un modo visceral, directo, sin vergüenza, aunque no me animase a demostrar lo que sentía, había despertado.

Había visto una foto de Peña cuando tenía permanente, entonces fui a la peluquería y me hice permanente yo también. Quería juntar la mayor cantidad de rasgos superficiales para llegar a vivenciar su juventud extrema, aunque nunca le llegara ni a los talones.

Ahí mismo comenzó a interesarme la gente que consideraba extrema.

Pienso que a toda la gente que conocí por entonces y hasta el día de hoy le debo la influencia de Peña. Me identifiqué yo misma como una freak, aunque menos freak que los freaks desde el alma, los libres de verdad, de la acción.

También el cariño por los viejos desde otro punto de vista, tal vez menos dramático.

Y por las travestis, y por los villeros, sin romantizar.

La sensibilidad que despertaron sus criaturas en mí, se fue agudizando con los años, cada vez más sutil, a mi manera. Fue Peña quien soltó la primera pista, la más básica, la más necesaria.

Peña me hizo vulnerable al amor y a la sexualidad, y a buscar ambas cosas en una forma descarada, siempre en pedo pero descarada. Animarme a más sin sentirme ridícula. Al contrario, cuanto más ridícula más segura de mí misma. Diciéndolo todo, todo cuanto sepa sobre mí, todo cuanto quiera del otro. Sin vueltas.

A Peña le debo la fantasía primera, la que desencadenó todo lo demás, la que me dio un empujón bruto, a salir, siempre a salir, con miedo, con bravura, como sea.

Son la ilusión y la utopía de la salvación de la soledad, que ahora sé únicamente habita en uno mismo.

Yo vivía imaginando al Peña joven, ese que decía que tenía miles de laburos porque se las rebuscaba para enseñar equitación, enseñar inglés y para cortarle el pasto a la vecina también.

El otro Peña, que trabajaba con hastío y terror arriba de los aviones para prolongarle un poco más la vida a su madre.

El otro Peña, el brutal, el cocainómano, el Dick, el excitador por excelencia. Todos los Peñas, y todos los que somos cada uno de nosotros.

Todos los que podemos ser en la sociedad que aliena y pule y encera y te vuelve a pulir.

Todos los que disimulamos ser para que no nos caiga la censura de los de al lado.

Peña los mostraba, a cada uno. Al puto, a la señora, al niño insoportable, al político corrupto, etc. Todos tenemos dentro a todos esos personajes y a otros, muchos yoes nos habitan.

Y para mí eran las lentejuelas de los 80, la melancolía de Donna Summer, el amor a medias tintas, la soledad, siempre la soledad con una sonrisa. El amor no correspondido como uno hubiese necesitado. El amor humano de necesitar y dar amor.

Mi pequeño homenaje a Peña, para su “misión cumplida” desde donde quiera que esté, es seguir intentando, como en el 2002, no darle la espalda a ningún desafío que se me cruce por la cabeza que puedo hacer, no perder el tiempo, no perder ni un solo día sin intentar todo para lograr estar en donde quiero estar, ser quien sé que puedo ser, y no esperar: hacer, construir, una y otra vez. El asunto no es tanto insistir hasta desgastarse en lo mismo sino intentar pero quemando las naves de pasión y pura vocación.

Y si naufragamos no importa un pito, habrá sido maravilloso. Maravilloso el fracaso, espectaculares las explosiones, multicolores de chispa original, irrepetible.

Siento, por su labor de amor, de servidor, que le debo eso, no olvidarme de todo lo que sentí entonces, toda la energía que de repente descubrí latente en mí, gracias a él y a Ripoll, que no hay que quitarle los méritos de tanta magia. El catalizador que hizo posible al mejor Peña.