Friday, May 23, 2008



La casa laberinto, la casa ciudad. Paredes rosas, enredaderas, ladrillos, escaleras en todas direcciones.

La casa continuada después de bajar de un colectivo, la casa rulero, interminable.

Yo me escapaba en taxi de mi padre, que no era mi padre, sino algún tipo de secuestrador.

Se hacía de día, buscaba tomar el 15. El 15 que pasaba detrás de un alambrado pero no podía alcanzarlo. Entonces me metía en un edificio, otro, museo, y aparecía gente del pasado, compañeros de la primaria. Un edificio precioso, un barrio que no conocía, otra ciudad paralela.

Creo que después de toda esa peripecia era que llegaba a la casa infinita e invisible, indivisible.

Monumento Mercedes Sosa y elefante, y repetían que ahora todo era Celta, la moda venía en tonos celtas también.

La trompa de elefante de Mercedes era negra y lustrosa como una serpiente, pero yacía inerte, aunque el “animal” a veces se movía y había que acomodarlo. Un sujeto estaba por ahí, todo disfrazado, esperando que amaneciera, en esta parte estábamos en mi habitación, la conversación, y unos dibujos que hacíamos, rondaban el asunto testículos y cómo iba a ser su diseño en el monumento elefante de Mercedes, el sujeto aparecía como un Elton John enmudecido o una celebridad bohemia.

Como siempre, yo estaba esperando partir, a otra parte.

Había festejos en toda la casa imposible, celtas seguramente, aunque en apariencia también religiosos, de algún tipo no católico, con túnicas blancas y sandalias de monjes. Yo salía a pasear a las calles y cantaba una canción y no podía parar de bailar, lo que sentía en ese momento era una felicidad extrema, fuera de este mundo, y me encontraba una cervecería, un localito con luces amarillas, azulejos amarillos, bancos de madera oscura, y en la puerta había gente hablando, que recordé de otro sueño pero que no conozco, entonces después entraba al baño. Ahí sentada del otro lado había otra chica, veía asomar ropa mojada, ropa manchada, pero la chica que salía de ahí adentro no estaba mal, simplemente comentaba algunas cosas extrañas de un novio que en vez de pene tenía una prótesis con pinza, y yo imaginé algo como la cabecita que sale del bicho de alien. Decía jocosa y quejosamente que ese joven, jugando jugando, la había dejado para atrás.

Volvíamos a la parte delantera del bar, y ahí me pedía una cerveza, el tipo de la barra tenía un cuaderno bic en donde anotaba cosas y daba premios, y servía empanadas en platos del tamaño justo de cada una. Estábamos todos los clientes sentados en la zona de barra, y había otros parados, pero no había gente sentada en las dos o tres mesas que había en el local.

Al lado mío un pibe que se gana uno de los premios del cuaderno, que es un morral colorinche de TNT. Dice estudiar arte, o simplemente que pinta, entonces yo lo invito a una muestra del taller, o algo en el taller, pero cuando voy hablando me doy cuenta de que no puedo modular bien por la cerveza que tomé, aunque sólo fuese un vaso, luego él me lo hace notar, entonces me doy cuenta de que estamos en un colectivo, por una avenida, también me doy cuenta de que en ese bar son todos estudiantes, como esos bares de facultad, pero que además se conocen entre ellos, yo no conozco a nadie, porque soy nueva en el barrio de la casa infinita.

El pibe revisa dibujos que le trae otra chica, que son bastante infantiles, pero él se limita a aprobarlos. El chico este tiene novia o mujer casada, de repente me dice: “ahora viene la calle 'dejá' o 'bajá', deberíamos bajar todos”, pero yo miro por la ventanilla y me doy cuenta de que no tengo idea de dónde estoy, pero que sé que me tengo que bajar mucho más adelante. Creo que sólo estaba esperando que amaneciera para ver las calles.

Entonces ellos bajan y yo sigo de largo.

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